Las carreteras de la mercancía.
Por Ricardo Acevedo.
El capital necesita las fuentes necesarias para que circulen sin ningún problema las mercancías a través de caminos, los gobiernos invierten fuertes sumas de dinero en las modernizaciones y mantenimientos. La propaganda menciona que la mayoría de las veces trabajan para el bien de los individuos para viajar más rápido y seguros, cuando en realidad obedece a la férrea disposición de los capitalistas de posicionarse en el mercado, dando salidas efectivas a los productos para que estén a tiempo en los estantes de alguna tienda o en las calles de los barrios, sea de forma legal o ilegal.
El consumismo fomentado en parte por las sociedades en la distribución de mercancías de forma frenética y dispuesta por el capital para su consumo en las urbes y producidas en masa gracias a la máquinas y la mano de obra semi esclava.
La mayoría de los humanos son simples partes de repuesto y de desecho convertidos en objetos de venta. Como también los animales, las personas, salidos de la factoría, el matadero, el campo agrícola, el barrio o el prostíbulo son considerados como si fueran lo mismo, partiendo de la lógica que utiliza el capitalista. Viajando en transportes para atender la demanda de las ciudades para emplearse en necesidades que muchas veces no obedece a cubrir necesidades básicas sino promocionar el hedonismo que emplea el poder para controlar.
Ambos conceptos de personas y mercancías se han fusionado desapareciendo la frontera de la una de la otra. En el actual modo en que produce la humanidad en el sistema capitalista, se erige culturalmente la deshumanización como normal, y en la cargas de camión bien puede traer productos o seres vivos.
El problema no son las mercancías sino la forma estrepitosa y rápida en la que producimos, distribuimos y consumimos, que los gobiernos lo traducen como buen funcionamiento de la economía. Constantemente fluyen las mercancías de objetos y personas que entran y salen de las ciudades las 24 horas del día en una diversidad de transportes por órdenes de quienes tienen dinero.
Y por otro lado también viajan por los caminos a pie o de aventón con mochila de viaje, calzado empolvado y caras cansadas de inmigrantes, desempleados, jornaleros y desclasados que no necesitan de la mafia del transporte de pasajeros con los precios abusivos en sus terminales. Son estos explotados y pobres que afean las ciudades según el criterio de clases acomodadas.
Los objetos humanos y no humanos se usan para el servicio de los ciudadanos que pueden desplazarse de un lugar a otro sin pasar penurias, que aunque ellos mismos son mercancías, se pueden vender más caros en el mercado según su ocupación, educación y pertenencia en la estructura social.
El planeta interconectado de manera digital y física, las mercancías dan felicidad a los millones de ciudadanos que tienen acceso a fuentes de consumo, proporcionados y administradas por los propietarios de los sueños de los excluidos. Pero la felicidad tiene un precio y es precisamente para este fin los envíos de un lugar a otro de ciudades, estados y países.
Para terminar esta reflexión, concluiré con estas preguntas:
¿De qué forma se puede dejar de circular productos o seres vivos en la que se le ha designado un precio por el estado-capital?
Y ¿La humanidad en su desenfrenada búsqueda de consumo, competencia y necesidades ficticias está impactando de manera negativa sobre el entorno por donde establecen carreteras y transitan vehículos, que se puede hacer para detener la dinámica del sistema?
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